CRÓNICAS DE LA GRAN BROMA

Rashid

20130111-quetta-wom-candles

Rashid murió, y el mundo no supo más de aquella tragedia que por un breve barrido de cámara sobre un montón de cadáveres cubiertos de tierra y escombros.

Pero lo cierto es que murió, dejando tras su muerte a una madre sin consuelo y a un padre que espera despertar de un mal sueño para encontrar a su hijo sentado en el suelo, garabateando cualquier cosa, al entrar por la puerta de casa.

Rashid murió y no hubo palabras de ánimo de presidentes ni caras compungidas de gobernadores ni minutos de silencio en las grandes capitales. Porque Rashid murió en un lugar donde se muere en bulto, a granel.

Pero lo cierto es que murió, dejando tras su muerte a un hermano que pasa las noches insomne junto a una cama vacía, y a un abuelo que camina en silencio por el huerto donde tantas historias le contó.

Rashid murió aunque ninguna placa de ningún monumento al recuerdo lo conmemore, aunque su muerte no inspire películas de Hollywood ni grandes documentales. Rashid murió sin avances informativos, sin retratos robot del asesino, sin concentraciones de repulsa retransmitidas por televisión.

Pero lo cierto es que murió. Rashid murió, tan lleno de vida y de sueños, en un lugar donde se muere en bulto, a granel.

Esta entrada fue escrita por Santi G. Piñeiro y publicada el 16 de May de 2013 a las 13:31. Se guardó como Relatos y etiquetada , , , , , . Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.

Deja un comentario