CRÓNICAS DE LA GRAN BROMA

Gladiolo, el gilipollas

Gladiolo es gilipollas. Él no tiene la culpa, pero le ha tocado y no puede hacer nada para evitarlo. Al principio le costó asumirlo, pero ahora lo acepta sin problemas y te lo dice él mismo: «es que soy gilipollas», suele decir riendo mientras juguetea con la botella de agua mineral vacía que siempre lleva consigo. «–Querido Gladiolo, ¿por qué has venido al trabajo en smoking? -Es que soy gilipollas.» «–Gladiolo, ¿por qué  dices que acabas de llegar de hacer unos asuntillos en la calle, si los dos sabemos que llevas todo el rato aquí, junto a mí? –Es que soy gilipollas.» «–Gladiolo, amigo, ¿por qué has dicho que ibas a hacerme una pregunta y, a renglón seguido, te has quedado callado y mirándome mientras babeabas? –Era una broma.»

Cuando le conté a un amigo lo gilipollas que es Gladiolo, me preguntó: -¿pero, a ver, es gilipollas nivel: -oye, me has pisado, que te meto un meco-? ¿O nivel: -oye, me he comprado unas gafas sin cristales, pero con visera-? No dudé en responder que Gladiolo entra en la categoría de las gafas, de hecho se compró unas gafas con visera la semana pasada, aunque me temo que ya no le podréis ver con ellas: Gladiolo acostumbra  a quemar la ropa a la semana de haberla comprado. No tiene una razón definida para ello. Cuando le preguntas, responde con nerviosismo que cuando lleva una prenda más de seis o siete días «le da un no se qué» y siente que tiene que destruirla.

Gladiolo se pone el despertador todos los días a las ocho de la mañana, pero siempre se levanta  a las cinco y media y se pone a hacer crucigramas. No desayuna. Cuando son las ocho y el despertador suena, Gladiolo pega un saltito y no puedo evitar partirse de risa como un bebé hasta que el sonido para (no hay ninguna razón, simplemente no puede evitarlo). A continuación, se viste con su flamante chándal nuevo de la semana (a menudo se le olvida quitar las etiquetas), vacía su botella de agua y sale a comerse el mundo.

Ya en la calle, Gladiolo da los buenos días al Sol a gritos y recorre corriendo los cinco kilómetros que le separan de su trabajo, como bedel en un colegio de primaria. A menudo se lo encuentran desmayado en la calle, debido al tremendo esfuerzo realizado en ayunas. Su trabajo es tranquilo, relajado. Cuando no tiene que regar las plantas o cambiar una bombilla, Gladiolo pasa las horas en una salita que le han adjudicado («el cuartito del Gladiolo»). Allí silba, se mira los pies, holgazanea,  se masturba y escucha música. Gladiolo es un gran aficionado a la música, pero solo la de los dos grupos que escucha: Iron Maiden y El Barrio. No tolera bajo ningún concepto escuchar a cualquier otro artista que se salga de su estrecho paraíso musical, y no duda en montar un escándalo cuando, en una fiesta, la música no es de su agrado (según el registro policial, este incidente ocurrió en 1997, durante la única fiesta a la que le invitaron)

Gladiolo es un buen tipo, pero nunca sabes por dónde te va a salir en una conversación. Una vez le conté un chiste y tuvieron que sujetarle entre tres para que no me pegara. Otra vez, en cambio, le comenté brevemente que había estado en el entierro de mi tía ese fin de semana, lo duro que había sido y tal, y escuchó la historia entusiasmado, con la barbilla apoyada en las manos, mientras insistía en saber más con  una inexplicable sonrisa pícara.

Gladiolo colecciona piedras de la obras. Gladiolo hace la cola del fiambre en el supermercado, y luego se va sin comprar nada. Gladiolo fue en tren a Palencia sólo para comprobar que existía (siempre lo había negado). Gladiolo siempre quiso ser árbitro regional, y tiene dos pósters de Mejuto González en su habitación. Gladiolo responde «gracias» cuando le preguntan «¿qué tal?«. Gladiolo lleva un tatuaje con la palabra «tatuaje».

En ocasiones, se te queda mirando insistentemente durante varios minutos, y cuando ya no puedes aguantar más y le devuelves la mirada harto, te pregunta:

-¿Qué quieres?

– Nada. ¿Eres gilipollas?

-¿Y por qué me miras, muchachito!? ¿Eh, muchachito? Vamos, suéltalo, muchachote…

A pesar de todo, creo que llegaré a echarlo de menos cuando se vaya: hoy Gladiolo ha llegado y nos ha anunciado que se muda a Móstoles, que ha encontrado un trabajo allí en un McDonalds. Se ha mostrado resoluto, solemne, orgulloso, como el que por fin se atreve a dar un importante paso en su vida. -¿Pero, por qué a Móstoles? ¿No cobrarás menos en un McDonalds que en tu actual trabajo? ¿Eres gilipollas o qué? –le hemos preguntado mientras intentábamos no descojonarnos.

-Oh, Móstoles tiene todo lo que un hombre puede desear…-ha respondido, con un brillo desafiante y enigmático en la mirada.-De ahora en adelante, ya no os necesitaré. Adiós….

Y ha salido por la puerta, avanzando lentamente de espaldas, paso a paso, sin apartar la vista de nosotros en ningún momento, siempre acariciando su botella de agua vacía… No hemos vuelto a saber de Gladiolo.

Esta entrada fue escrita por Germán R. Páez y publicada el 18 de May de 2013 a las 12:19. Se guardó como Relatos y etiquetada , , , , , , , , . Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.

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